jueves, 2 de julio de 2009

A propósito del Espejo

“Es preciso saberse amar a sí mismo, con amor sano y saludable, para saber soportarse a sí mismo y no vagabundear.”(Así habló Zaratustra, Nietszche)

Erick Fromm establecía la necesidad de saberse amar a sí mismo para poder sentirse realizado en la vida. La importancia de éste consistía, según él, no tanto en amar como en sentirse amado y el lograr que las personas puedan alcanzar esa condición es un trabajo que no muchos estarán dispuesto a hacer. La posibilidad de sentirse amado es una actitud que se debe cultivar, que se debe transformar en un hábito, es decir, las personas deben habitar en el amor de tal modo que ello signifique un existir en el amor, con el amor, desde el amor.


Saberse amado es uno de los aspectos más gravitantes del existir humano, pero es también la deuda que todos traemos cargada en nuestras mochilas vitales. A veces esa deuda se transforma en una vorágine de tempestuosas negaciones y afirmaciones sobre uno mismo y sobre los demás que hacen insoportable la vida propia o la de otros.


Paradigmático es el caso Jackson, quien, desde mi perspectiva, careció de un correcto amor a sí mismo. Según él afirmaba una de las acciones que él nunca realizaba era “mirarse al espejo”. ¡Qué dolorosa afirmación! El que no se mira al espejo evidencia la incapacidad misma de reconocerse único, de reconocerse persona, de soportarse…. Mirarse al espejo es la actitud de aquel que está tranquilo con el regalo de ser él mismo, con la bella oportunidad de saberse diferente, de serle indiferente lo que él es en sí mismo. Amarse, significa mirarse a sí mismo y aceptar aquello negativo que tengo para poder corregirlo, pero significa, sobre todo, reconocerse con un lugar especial en el cual sólo yo puedo estar y no otros.


Quien lo iba a pensar que quien cautivaba a muchas fans por su histriónica figura, fuese un sujeto lleno de temores, debilidades y amarguras. Un hombre, que en apariencia lo tenía todo; fama, poder y dinero. Murió como el más pobre de todos, ocultándose a sí mismo, soportando la miseria interna que, al fin, le cobró la palabra. Adormeciéndose la vida para no vivir lo que a él le tocó vivir, siendo feliz solamente sobre el escenario. Qué triste vida es la del hombre que renunció a ser hombre para ser un eterno niño, un eterno jugador de si mismo, entre los rincones de su alma aprendió a negarse y a pigmentarse sobre su piel la piel que nunca dejó de ser suya.


Qué triste vida es la de aquel que teniéndolo todo no es capaz de amar…Nietszche ya lo decía… Quien no se ama sólo puede ser considerado un vagabundo de si mismo.


Ricardo Montes Pérez
© Doctor en Filosofia

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario.