martes, 16 de marzo de 2010

Terremoto moral ¿Responsabilidad personal o colectiva?


RESUMEN


Las escenas de saqueo de las que fuimos testigos luego del Terremoto. Nos plantean la interrogante acerca de las causas que llevan a una sociedad como la nuestra a realizar este tipo de actos. El presente artículo indaga propedéuticamente sobre estas desde una mirada ética.


"Aquí hubo víctimas y victimarios. La pregunta es por qué tanto victimario.”
(Locutor relatando los saqueos en Concepción)




Los acontecimientos que marcaron el mes de febrero de 2010, difícilmente podrán ser borrados de la memoria colectiva de los habitantes de nuestra patria. La tierra y el mar nos robaron la tranquilidad y el sosiego del que descansa despreocupado y casi seguro de lo que ha conseguido. Las imágenes que cubrían nuestras retinas golpeaban una y otra vez nuestro pecho, queriendo creer que todo era una pesadilla. Vimos en el suelo y arrasados por el mar, el fruto añoso de los sacrificios y progresos. Todo era desconsuelo, llanto, muerte, agobio. Nada parecía tener sentido y cada réplica aturdía pesadamente nuestros hombros, ante el miedo de que algo peor podría asomarse.


Las escenas de saqueo que los medios de comunicación nos hicieron testigos, y que más de algún creativo periodista, de los que nunca faltan, denominó terremoto moral, significó un acontecimiento inesperado para muchos de los televidentes que veíamos anonadados cómo inescrupulosos aprovechaban el desorden para hacerse de utensilios que de primera necesidad no tenían mucho. Uno de los tantos buscadores de noticia preguntaba a un saqueador una cuestión que tal vez ni siquiera él mismo se había preguntado nunca ¿dónde está su conciencia? Pregunta compleja en la medida en que la interrogación versaba sobre un asunto que, desde hace tiempo, está fuera de nuestra convivencia social.


Los ejemplos son variados pero, creo que es bueno volver sobre alguno de ellos. El legado que orgulloso llevamos de nuestro crecimiento económico está fundado en el egoísmo económico. Lo que nos interesa es aumentar nuestros beneficios y aminorar nuestros riesgos. Este aumento se hace sobre la base de la libre competencia, que no es otra cosa que el aprovecharse de las condiciones dadas para sacar crédito de las mismas; los medios pueden ser fácilmente transformados en fines y los otros, las personas, no son más que competidores a los cuales habrá que apabullar si se desea obtener el éxito que se espera.


En el medio educativo también esto es palmario: Educamos a nuestros hijos como unos vencedores, lo que menos tienen que experimentar es el fracaso y si para vencer hay que humillar al otro, mejor. Hemos tomado una nomenclatura del mundo económico y se la hemos aplicado al ámbito educativo, todo con el afán de sensibilizar a nuestros hijos que lo único que importa es el éxito en la vida.


El meollo de esta problemática, a mi entender, radica en el hecho de que no hemos fomentado un espíritu lo suficientemente templado, moralmente hablando, que nos permita mirar más allá de nuestros hombros la vida. Es decir, nos falta carácter suficiente para enfrentar los grandes desafíos que nos presenta la existencia. No estoy afirmando con esto, que nuestra sociedad sea menos moral que la anterior , lo que estoy afirmando es algo aún más punzante; hace falta educar el carácter de las personas para que, en momentos difíciles, actúen sencillamente como personas. Esto quiere decir que no basta con educar en la competencia o en el éxito como finalidad del proceso educativo sino educarlos con la mentalidad puesta en que entre todos seremos capaces de lograr los éxitos y anhelos deseados y que solos no podremos alcanzar nada. Que el consumo sólo es un medio para poder servir a otros y no para servirme de los otros.


Significa, al fin de cuentas, educar en la conciencia. Esa que parece una palabra ausente en nuestro vocabulario. Pero no es sólo el darnos cuenta del que bien podría atender un psicólogo en su consulta , sino que un darme cuenta responsablemente de que lo que estoy haciendo siempre va a tener consecuencias y que las debo enfrentar desde la más profunda humanidad. Educar la conciencia significa atender a mis actitudes fundamentales más originarias , tanto a nivel personal como social. No podemos insultar la miseria de unos con la opulencia de algunos, no podemos rehuir del sufrimiento de los otros mostrando mis éxitos, a veces obtenido con dudosa mecánica. Debemos acoger solidariamente el destino común que nos hermana.


Esto es aún más radical cuando desde la ética se nos llama a educar en la reciprocidad, en la relacionalidad, en el encuentro con el otro en un contexto histórico social determinado. La vida humana es un proceso dialéctico que va desde la originalidad personal hasta la confrontación con el otro (entiéndase confrontación como estar frente al otro, con el otro) Pero aún más esta confrontación nos exige una mirada socialmente responsable de compromiso con el otro, buscando estructuras cada vez más humanizadoras. Significa educar en valores. Pero no es sólo una tarea de la escuela sino que esencialmente de la familia y, por sobre todo, un desafío de la sociedad.


No podemos continuar inventándonos necesidades que no son tales. Ya Maslow nos advertía del hecho que la invención de necesidades nos hace infelices. Debemos apostar por la candidez del que se conforma con lo necesario para la vida. Tal vez, si el crecimiento económico estuviese aparejado con el crecimiento moral, las noticias lamentables que tuvimos ocasión de atender, no serían tales.

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